Contra
lo que digan y escriban los fabulistas, poetas y cuentistas infantiles, el niño
que en este momento me está lustrando mis zapatos desechados es en realidad un
anciano disfrazado de mocoso. En sus ojos no existe la más leve huella de la
inocencia y en su rostro hay un rictus de amargura tan palpable que ni su
fingida alegría puede ocultar.
Sus
manos pequeñas, percudidas por tintas, cremas de calzados y suciedades, manejan
con tal destreza las escobillas son los juguetes que la vida le ha obsequiado y
que si él las maneja con presteza y agilidad es porque a esos “juguetes” los ha
llegado a querer con intensidad, puesto que si bien no le sirven para jugar,
por lo menos le ayudan a ganarse los centavos necesarios para comprarse un
escuálido plato de comida.
Esa
suma de dinero no creo que le ayude con el tiempo a construir una fortuna,
porque, como el cambio fiduciario representa algo así como cinco centavos de
dólar, esa suma no sirve de nada; pero, como la impotencia reprimida es la
creador de los paraísos artificiales, él ha aprendido que, reuniendo el
equivalente de tres pesos, puede comprar un pomo de thinner y así escapar de su micromundo existencial para alcanzar el
macrocosmos de lo irreal, absurdo y fantástico.
Una
vez que ha terminado su trabajo, con manos expertas guarda en el cajón sus
herramientas de laburo.
Sabiéndome
cómplice involuntario de su hazaña, saca de un escondrijo un pomo pequeño, y
tras mirar a ambos lados y no advertir nada sospechoso, lo abre con manos
imprecisas y se lo lleva a las narices. Un “Ah…” satisfactorio escapa de sus
labios después de haber respirado parte del contenido del pomo, y cuando
comprende que yo estoy enfrente suyo, con esta ingenuidad que existe en las
almas prematuramente envejecidas, me alcanza el pomo al tiempo que dice: “Échele
un tantacito del k’olo, que ya no va a ser tan tacaño, y de buena gente me va a
regalar algunos quivos extras…”.
Cuando
este niño anciano, un ser que no sabe de alegrías y bienaventuranzas, me ofrece
un pasaje barato al universo etéreo donde no existen el hambre, el llano, la
violencia y el marginamiento, yo, llevado por mis estúpidas concepciones, me
atrevo a rechazarlo.
Y es
más, los veinte centavos que debo cancelar por su trabajo me están quemando los
bolsillos.
Extraído de Alta en el cielo. Narrativa boliviana contemporánea (Casa de Las Américas: La Habana, Cuba, 2010). El texto original pertenece a Alcoholatum & otros drinks. Crónica para gatos y pelagatos.